15/05/2024
07:11 AM

Celebrar el trabajo

Roger Martínez

El 1 de mayo, en prácticamente el mundo entero, se celebró el Día Internacional del Trabajo o del Trabajador. Es bien conocido el origen de esta conmemoración: la muerte de un grupo de obreros que, en 1886, en Chicago, fueron ejecutados por exigir jornadas laborales de 8 horas, en una época en la que estas se extendían casi tanto como los patronos quisieran.

Pero no quiero hacer una disquisición sociológica o política de este evento histórico, sino una breve reflexión sobre la importancia que tiene el trabajo para la construcción de una personalidad sana y de unos hábitos que facilitan la convivencia humana.

Antes que nada, es necesario entender que toda actividad humana es, de alguna manera, trabajo. Digo esto todo porque todo aquello que exige esfuerzo, que nos obliga a sobreponernos a la pereza o a la comodidad, puede considerarse trabajo. De modo que, desde el hecho de levantarnos por la mañana, hayamos dormido bien o no, ya es trabajo. Luego, cada una de las actividades que se realizan para el cuidado personal, para alimentarse, para moverse de un sitio a otro, es trabajo.

Claro está que no hace falta que una acción sea remunerada para que sea considerada trabajo. Los padres y madres de familia, desarrollamos una serie de actividades cotidianamente que exigen enfocarnos en ellas, que deben realizarse con la mayor perfección humana posible, con calidad, que también son trabajo. Hablo del aseo del hogar, de mantener limpio un automóvil, de trasladar a alguien más o a uno mismo a la escuela, a la oficina, al taller, a la fábrica, etc.; de cuidar un jardín, de dar de comer a una mascota, de cocinar, de planchar, de volver habitable una casa y posible la vida en común.

El trabajo bien hecho es una formidable escuela para ejercitar hábitos éticos, virtudes humanas. La puntualidad, la responsabilidad, la fortaleza, la paciencia; son origen y producto de una labor productiva realizada a consciencia. De ahí que celebrar un Día del Trabajo o del Trabajador debe servir para reflexionar si se debe hacer fiesta en el caso en el que hagamos las cosas de cualquier manera, solo por salir del paso o por justificar un salario; si no echamos mano de toda nuestra capacidad intelectual y manual para desarrollar una labor encomendada; si nos justificamos continuamente para no cumplir unos horarios o para no buscar la perfección en lo que hacemos.

Por eso, en este día, solo habría que felicitar a aquellas y a aquellos que ponen lo mejor de sí mismos en la labor que tienen entre manos y que hacen del trabajo una auténtica fuente de satisfacción personal y colectiva.